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Capítulo 14

Desde entonces, por indicación de Beatriz, los sirvientes de la casa comenzaron poco a poco a ignorar a los dos niños. Ya no solo nadie los llevaba al colegio, sino que ni siquiera les preparaban las comidas. Solo podían comer las sobras que quedaban después de que Beatriz hubiera terminado. El sol del verano caía a plomo, el aire acondicionado de la mansión zumbaba sin parar. Diego y Ana jugaban con Lego en la alfombra, lanzando miradas furtivas a Beatriz, que probaba pintalabios frente al espejo. Ana, con voz tímida, preguntó: —Beatriz, ¿podemos ir a tomar helado? Dijiste que nos llevarías. La semana pasada, Pablo le compró a Beatriz unas joyas nuevas y, de buen humor, ella les dio una patada a los niños y les prometió llevarlos a tomar helado. Pero ahora, sin siquiera girarse, respondió con impaciencia: —¿No ves que estoy ocupada? —Pero... —Diego se armó de valor y murmuró tímidamente: —La semana pasada dijiste que. —¡Qué pesados son! —Beatriz se giró de golpe, el pintalabios dejánd

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